Blogia
pusqui2

la libertad para todos

la libertad para todos Dos días más de gripe hubieran echado por tierra los planes de la banda. "Ya estoy mejor, mañana voy a trabajar". Fue la última vez que Isaac Díez habló con su cuñado; José Antonio también le dijo que andaba agobiado con los tres parciales que tenía que sacar a principios de febrero.

José Antonio es funcionario de prisiones y además cursa quinto curso de Derecho en la Universidad a Distancia. Nunca en su vida supo de tiempos perdidos. Y aquellos seis días de baja debieron ser un infierno para él.

Así que la mañana del 17 de enero, dos días después y poco antes de las 07:00 A.M., José Antonio Ortega Lara cogió su opel astra y enfiló los 114 kilómetros que separan su domicilio en Burgos del Centro Penitenciario de Logroño. Una mañana como todas. Fría. Llevaba un par de meses dentro, o sea en los departamentos del penal que trabajan con los internos, coordinando desde su oficina las actividades diarias del centro. José Antonio sabía todo lo que allí sucedía. A las tres tocaron relevo de turno, cambió su uniforme por la ropa que traía, y a las tres y cuarto ya estaba en la ruta. Siempre la misma. "Las rutas alternativas se convierten en una paranoia. Trabajar con miedo es como andar en el andamio con vértigo: al final te vence el sentimiento y te retiras". Lo dicen sus compañeros. De poco le hubiera servido a José Antonio echar la vista atrás cuando se abrió la puerta del garaje en el número 62 de la calle Eladio Perlado. "Al final sólo hay un destino, que pasa por la puerta del garaje a casa". Lo esperaban ya abajo, habían entrado aprovechando esos segundos que tarda el portón en cerrarse.

Diez minutos tardó Domitila en llamar a Logroño y preguntar si había algún motivo para la tardanza. A su marido ese día le tocaba recoger a Daniel en la guardería antes de ir a casa a comer: el matrimonio, trabajadores los dos, organiza la actividad doméstica como un encaje de bolillos. "Cinco minutos de retraso en él eran para echarse las manos a la cabeza", cuenta su única hermana, Lucila. También sus compañeros sabían que "José Antonio es como un reloj", y que "en un hombre tan entregado al trabajo y a la familia la aventura era una hipótesis impensable". Demasiados lo sabían. "Al final se ve que tanta puntualidad no es buena", Lucila lo dice con rabia.

"Nadie de pequeño quiere ser funcionario de prisiones, pero acabas tus estudios, buscas trabajo y te metes aquí, con mucha incertidumbre"

Revisaron los caminos, 114 kilómetros de autopista, 135 de carretera por si acaso. Nada. Nadie quería pensarlo. Lucila lo pensó, "en mi librería vendo periódicos y hacía unos días que había visto de pasada un comunicado breve que amenazaba a los funcionarios en general, un titular pequeño que nunca sabes qué credibilidad darle, pero que te hace pensar en el tema". Lo pensó o lo intuyó. Al día siguiente por la mañana un empresario del polígono industrial que linda con el barrio donde viven los Ortega avisó a la Policía. Encontraron el opel astra blanco semioculto detrás de una tapia, con las puertas abiertas. En el maletero, una jeringuilla y las gafas de José Antonio. En el marcador, los 114 más 2 kilómetros recorridos.

En la tienda de Lucila se vende el Egin. A Lucila se lo dijo el Egin, en su edición del domingo: un comunicado de la banda terrorista ETA reivindicaba el secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara (Montuenga, Burgos, 1958). No pedían dinero por su libertad, pedían que el Gobierno concentre a los 503 presos de la banda en las cárceles vascas.

La familia Ortega Lara son seis hombres y una mujer rubios y apolíneos, y sus ojos azul claro llevan desde hace 347 días una comisura roja y descarnada, de la pena, que es inconsolable. Entre todos, José Antonio es el más menudo, un rasgo que le viene de haber nacido mellizo, de una hermana que murió. "Mi madre siempre lo protegió mucho, nació más pequeño de lo normal y necesitaba más cuidados". Y de ese vínculo también le quedó a José Antonio una sensibilidad extrema y un apego a la familia. "Luego mi madre lo veía tan serio y tan capaz, con su voluntad de hierro que, claro... tenían largas conversaciones entre ellos, y cuando mi madre murió, él se quedó muy tocado". Lucila no quiere decir que fuera el niño de los ojos de su madre, "no sé, pero para mí él ha sido siempre la hermana que no tuve; en seguida se daba cuenta si algo me preocupaba".

Montuenga, pedanía de Madrigalejos del Monte, a 30 kilómetros de Burgos. Un lugar de castellanos recios donde nacieron los siete hermanos y vivieron hasta que la vida moderna los echó de la tierra; del pueblo a la ciudad, de la agricultura a los estudios, iban y venían hasta que cada uno pudo ganarse bien la vida. Los tíos Amador y Aurora quedaron para labrar y atender las pocas vacas. José Antonio es el único que les visitaba todas las navidades: "Él sacaba de donde fuera cinco minutos de visita para cada pariente", siempre en la misma fecha, siempre puntual. Aurora es hermana del padre de José Antonio y tiene la misma tez blanca y los ojos enrojecidos hasta más arriba de las cejas. Y es una mujer sabia, que aprendió las cosas de la naturaleza. Son los dos de pocas palabras, pero andan tan abatidos que, en cuanto les dejan, recuerdan el griterío de los niños, cuando había niños en el pueblo, "que igual hasta había treinta", y que ahora el más joven de todo Montuenga, El Rafa, tiene treinta y pico. Jugaban los chavales en la plazuela minúscula, frente a la escuela que ahora hace de ambulatorio y lo que haga falta, frente a unas eras grandes que no se acaban. Una caja era una fiesta, "andábamos el día subidos a los árboles", no había juguetes, había imaginación, agua y tierra. La casa y las tierras las heredó uno de los hermanos, "cosas de los pueblos; no hay para todos y..."

-Bueno, y eso qué más da.

Ahora la casa está renovada y se alquila por los veranos, y tiene botes con geranios en la puerta y dos rosales viejos y un banquito obsequio de la Caja Municipal.

EL BUEN PADRE
José Antonio y su hijo Daniel son compañeros de juegos. 228 km. diarios para estar con el niño. A media tarde les veían pasar hacia los columpios.

En el pueblo mandan las mujeres, eso se ve. "Si alguna herencia nos dejó nuestra madre fue el amor al trabajo", dice Arsenio, el tercero de los Ortega Lara. "Era una mujer de una inteligencia... fue sólo dos meses a la escuela, porque quedó huérfana siendo muy niña, pero había que ver cómo se desenvolvía en matemáticas y en lenguaje": Lucila recuerda a la madre ayudándoles en las tareas de la escuela. Así José Antonio se hizo maestro o Paco, el pequeño, ingeniero técnico; otros salieron adelante con negocios, todos en el barrio de Gamonal, un espacio para el ensanche de la ciudad donde fueron recalando las migraciones rurales de la provincia. Aquí se trasladó el matrimonio Ortega Lara hace ahora veinte años. Primero vivieron todos juntos, luego, "ya se sabe, el casado, casa quiere", dice Arsenio, el único soltero además de Paco, que aún está en edad casadera y que ahora ha empezado a estudiar inglés y alemán. Gente emprendedora: "De los padres aprendimos el espíritu de lucha".
Cuando José Antonio acabó su magisterio, con ventialgo, se enteró de unas oposiciones poco concurridas a funcionario de prisiones. "Nadie de pequeño quiere ser funcionario de prisiones, esto no es una vocación, pero uno acaba sus estudios, busca trabajo, se presenta al examen y se mete en este mundo, con mucha incertidumbre al principio", lo cuenta uno de los compañeros de Logroño. "Luego dentro descubres que este es un oficio muy humanitario, porque tratas con gente que viene llena de carencias y hay que prepararla para salir, y nada más salir hasta les van a exigir que paguen contribución", a una sociedad que tan poco les ha dado a cambio: "Esto no es un almacén de delincuentes".

En la UGT de Burgos recuerdan a un chico normal, de la primera hornada de jóvenes que entraron a hacer prácticas, allá por el 82, "un período dramático, de motines y masificación". Antonio, un veterano en celdas, bajaba a veces con el chico a la prisión, vivían en el mismo barrio: "Él miraba todo muy atento, era muy serio, no destacaba por nada especial; aprendía como todos este mundo". Luego José Antonio aprobó el examen para el cuerpo especial, que son jefes de servicio y encargados de la burocracia. Y lo destinaron a Palma de Mallorca, y luego a Nanclares de Oca, y luego a Logroño, porque es la vida de estos funcionarios un itinerario que los va acercando a su lugar de origen. Unos días antes del secuestro a José Antonio le dieron la noticia de que había conseguido una plaza fija en Soria, tenía una puntuación muy alta en el baremo. En Soria le esperan. No es que el nuevo destino le vaya a ahorrar los kilómetros, "los kilómetros los hacía por el niño, no se quejaba", pero al menos es un destino dentro de la Comunidad. Y así, con tanta carretera por delante, "no se iba a quedar a fumar un cigarro", además José Antonio no fuma. Tampoco jugaba al fútbol ni iba de chatos ni hacía senderismo como hacen otros compañeros, "su vida estaba en Burgos, con la familia; aquí venía, trabajaba y marchaba". "Es una persona muy introvertida, incluso poco sociable". También los más íntimos, como Isaac, el hermano salesiano de Domitila, que los casó hace ahora cinco años, reconoce que sus relaciones personales están por encima del grupo.

Además de introvertido, José Antonio es muy meticuloso. Sus compañeros lo repiten como un disco rayado.
-Es que lo es.
-¿Tanto?
-Demasiado tal vez... a la vista de lo que le pasó...

Y corriente. Ni líder ni representante de nada. Al principio se pensó, por pensar, si el secuestro tendría algo que ver con su afiliación al Partido Popular. "Para nada. En el partido sólo le habían pedido que colaborara en tareas de reinserción con drogodependientes, por su experiencia tal vez", dice Isaac. También pertenece José Antonio a un sindicato de funcionarios, el USIAP. Un hombre de base y principios.

Su calle. Todos los miércoles piden su libertad, en Burgos y en Logroño, y en todas partes

Hace un frío que duele en la explanada frente al penal de Logroño. Donde todos los miércoles, a las doce, se hace un silencio sepulcral; después de cinco minutos, un aplauso rompe ese silencio y te hiela la sangre y las vísceras. No hay carceleros de dos metros por dos con gorra y pistolón, hay rostros amables, y currados, de gente que se gana la vida, y hay en todos los rostros una misma pregunta, por qué él sí y yo no. Y a veces también hay reclusos que salen de permiso y se unen a José Antonio Ortega Lara en la memoria. Los internos llevan lazo azul, mandan cartas en sobres con el lazo pintado, pintan lazos y retratos del funcionario desaparecido, "y en privado te dicen que esto es una putada". Hay también en la prisión nueve presos de la banda terrorista. Pero todo indica que la información no salió de Logroño, sino de Burgos. Tampoco en la alambrada de la prisión había lazos cuando José Antonio la cruzó por última vez hace 347 mediodías.. Ahora los lazos forman un enjambre, azul, para pedir su libertad.

Domitila aún espera a su marido para comer. A Domi, Domitila, sus hermanos le obligan a portarse como siempre, a vestirse, a cuidarse, a estar ahí: "Ahora eres madre y padre también". Domitila va enfundada en su chamarra y lleva el pelo corto y color caoba (así gusta en Gamonal), y no puede hablar: normal. Para una vez que lo hizo, en Estrasburgo, lo dijo todo, rompió el alma: "A José Antonio yo lo quiero en casa", dijo. También Daniel, el niño, pregunta a cada instante por su compañero de juegos, que es su padre, "no queremos que el niño pierda su infancia", dice Isaac, que ha ido a montarle el Belén, que viene de una concentración en Bilbao, que le han puesto dos multas por correr y que se ha quedado junto a la hermana hasta bien entrada la noche de este miércoles número 47.

Daniel entretanto ha dejado la guardería y ya está en infantil en el Rodríguez de la Fuente. Por la acera los veían pasar, según la tarde y según el turno, puntualmente a las cinco y media, camino de los columpios. "No es un hombre de alterne que ande con las cuadrillas por bares". Lo dice José Luis Abajo, del bar en el 62 de Eladio Perlado.
-¿Ni un vino se tomaba?
-Si tal un café, por compromiso de vecino.

Ni en la bodega del hermano se tomaba un vino. "Cuando tal pedía un mosto, pero sobre todo venía a verme y a echarme una mano si podía", cuenta Arsenio, que tiene una bodega llena de hombres, y es acogedor, y no te da un tinto si no tiene un buen ribera.

Todos los miércoles, cuando son las ocho en el reloj de la plaza Mayor de Burgos, la gente viene y se va quedando parada como estatuas, a cero o menos grados. Primero una campanada y es como si la tierra se partiera. Y luego dos. Entonces los tres o cuatro mil que allí hay estallan en un aplauso. "Un año ya, toda España pidiendo por este chico...", el tío Amador lo ve por televisión, porque no tiene cómo ir.
-Podía venir a tomar unas castañitas esta Navidad...
-Podía.
-Y traernos el vinito como siempre en Navidad.
-Sí.
-Pero hay quien paga la pena sin ella -le enmienda la Aurora.

0 comentarios